Mérida, Yucatán, jueves 27 de noviembre de 2025.– En un instante, frente al escenario repleto de fuegos artificiales y luces, la muchedumbre bracea, como coquetona, y Junior Klan se arroja en canciones la noche en la que el Teatro del Pueblo de la Feria Internacional Yucatán X´Matkuil se convirtió en una gigantesca pista de baile.
Si la cumbia tiene nombre este es el de un junior, Junior Klan, sometido a los arrebatos de la masa, del pueblo que no desdeña ni un centímetro para bailar, bracear, extenderse en una especie de comunión con la cumbia, aquella que desciende de la chunchaca veracruzana, transformada en una suerte de surrealismo mientras afuera el mal tiempo, literal, es desdeñado.

La noche es una especie de humedad, a ratos más fría de lo usual, pero el “norte” no tiene cabida en el señorío del junior que enciende fuegos, pasiones, enojos, furias, amores, sinsabores y todo lo que una masa puede soñar, imaginar, arrasar. Anda, saca a bailar a una doñita, reta un joven a otro. Se ríen sin soltar las latas de lo que beben y las doñitas coquetean sonriendo por lo bajo, como no queriendo, pero sí. Y, al final, bailan, cadenciosos, en un soliloquio corporal que solo la mano izquierda entiende.
La multitud, compuesta por familias, jóvenes y parejas de todas las edades, se arremolinó frente al escenario, mientras las luces de colores se reflejaban en los puestos de antojitos y juegos mecánicos.
“Porque eres coquetona, braceo, braceo, mami”, comenzó el coro, y en un instante las manos se levantaron como palmas al viento. La cumbia transformó el ambiente en un torbellino de risas y pasos meneados. Junior Klan, con su característico braceo, dominó la escena, invitando a cada yucateco presente a entregarse a la música.



En medio del vaivén tropical, los presentes corearon “mi razón de ser” y celebraron cada compás como si fuera propio. La energía ardía: el fuego de ella y la mecha de él se encendían en cada vuelta de falda, en cada zapateo sobre el suelo de la feria.
Entre canción y canción, los músicos se divertían con su público: “¡La pruebita!”, pidieron, mientras las risas corrían y los aplausos no paraban. Nadie parecía cansarse; el pueblo entero parecía latir al ritmo de la “maravilla musical de México”. Y así, mientras la brisa nocturna apenas mitigaba el calor, el Teatro del Pueblo se convirtió en una pista de baile viva, donde Junior Klan reinó indomable hasta la última nota.

