Por: Pascal Beltrán del Río
Hoy está previsto que el gobierno federal dé a conocer –en la conferencia mañanera de Palacio Nacional, que es donde se gobierna– el número de plazas del sector salud que están vacantes.
El viernes le contaba aquí que el presidente López Obrador aceptó proporcionar esa información después de las críticas que recibió su anuncio de que se contrataría a 500 médicos cubanos para subsanar la falta de especialistas.
Aquí surgen dos preguntas: 1) si ya se tenía la información de que hay posiciones que no se pueden llenar porque no hay médicos mexicanos que quieran ocuparlas, ¿por qué pidió el mandatario un plazo de seis días para darla a conocer, en lugar de hacerlo de inmediato?, y 2) si no existía el dato, ¿cómo se llegó a la conclusión de que se requieren, precisamente, 500 médicos importados y no 400 o 600?
El pasado fin de semana, López Obrador mandó “al carajo” a quienes discrepan de su decisión de traer a los cubanos. Y ayer, en su mañanera, argumentó que nada tiene de malo que los médicos vengan del extranjero, igual que vienen deportistas profesionales de otros países, como si la gimnasia y la magnesia fuesen la misma cosa.
Para comenzar, que yo sepa, el dinero que se paga a futbolistas y beisbolistas por jugar en México no proviene del erario ni tampoco se envía el dinero de sus salarios al gobierno de su respectivo país, a fin de que éste les devuelva una bicoca por su trabajo.
Dicho eso –también lo mencionaba la semana pasada–, el argumento de que hay que traer médicos cubanos para llenar las posiciones que los mexicanos no pueden o no quieren ocupar se desprende de una falacia: que esos extranjeros tendrán la capacidad de sobreponerse a las fallas estructurales que afectan la calidad de los servicios de salud y que son, principalmente, la falta de presupuesto y la inseguridad.
El Presidente ha puesto a La Montaña de Guerrero como ejemplo de región desatendida. Desde hace unos días, he estado hablando con personas que conocen la realidad de esa zona, a la que he viajado muchas veces como reportero. El panorama que me describieron no se resuelve importando médicos.
Durante varias décadas, se ha considerado que La Montaña es la región más pobre de México. Eso ha llevado a sucesivos gobiernos a invertir en ella, incluso más que en otras partes del país que son tan marginadas o más. Sólo así se explica que tenga ocho de los 25 hospitales básicos comunitarios que existen en Guerrero. Pero no sólo eso: también tiene 168 centros de salud en 19 municipios, en localidades de 800 habitantes o más.
Es decir, a La Montaña no le falta infraestructura para servicios de salud. Lo que requiere son médicos, equipamiento y medicinas. Es verdad que cuesta trabajo encontrar médicos que quieran ir para allá, pero eso no es porque falten, sino porque no existen los incentivos. Quienes conocen el tema me dicen que eso se podría resolver con un sencillo sistema de rotación de personal, que no se ha querido implementar.
Pero ése no es el problema principal. A los centros de salud y hospitales comunitarios les falta todo: mantenimiento, equipo, insumos y medicinas. Aunque hubiera especialistas en todos ellos, carecerían de lo más básico para hacer su trabajo.
Y hay más: las 28 unidades de salud móviles que se crearon para atender a los habitantes de 256 localidades de menos de 800 habitantes –en total, entre 56 mil y 58 mil personas–, funcionan con irregularidad… por falta de presupuesto para los gastos de operación.
Una fuente me dice que el Seguro Popular había reducido la mortalidad materna en Guerrero a 50 por ciento y, que, con su desaparición, volvió a repuntar.
Y también habría que hablar de la inseguridad que ocasiona que los médicos trabajen bajo amenaza de la delincuencia organizada. Por ejemplo, para no atender a personas de grupos criminales antagónicos. ¿Cuántos de estos problemas se podrán resolver trayendo médicos cubanos –que, por cierto, no están acostumbrados a que les corten la cabeza y los desmiembren–, sin cambiar las condiciones arriba expuestas y otras más?
Porque ni el yerberito del son de Néstor Milí Bustillo podría ir a trabajar sin su yerba santa pa’ la garganta y su keisimón pa’ la hinchazón.
Fuente: Excelsior