Por: Rodrigo Chillitupa Tantas
- Periodista por la Universidad Jaime Bausate y Meza. Politólogo por la Pontificia Universidad Católica de Perú.
- Especialista en Comunicación en Instituciones Públicas por la Universidad San Martín de Porres.
- Investigador asociado al Grupo de Jóvenes Investigadores de la Universidad Nacional de La Plata de Argentina. Becario de la Fundación Gabriel García Márquez de Colombia.
«Volvimos a aprender que la democracia es preciada. La democracia es frágil y en este momento, amigos, la democracia ha prevalecido». Estas palabras formaron parte del primer discurso oficial del demócrata Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Aquel que ha dejado un sabor de que se vienen tiempos mejores en la primera potencia del mundo tras cuatro años bajo el mandato del republicano Donald Trump, quien, por cierto, acabó con 150 años de tradición histórica al no asistir a la juramentación de su sucesor en el Capitolio.
Lo que se viene para Biden son varios retos –en el corto y largo plazo- de aquí al 2025. El más inmediato es la pandemia de la Covid-19. Estados Unidos sigue siendo el epicentro con casi 25 millones de contagiados y 415 mil fallecidos. De momento, el flamante presidente ya ha tomado medidas al firmar diez decretos que, entre otras cosas, señalan el aceleramiento del proceso de vacunación contra el virus, el aumento del número de pruebas, la producción de equipo esencial como mascarillas o cubre bocas, y ordenar a los viajeros que llegan al país a que hagan una cuarentena.
Estas medidas se harán posible gracias al estímulo de US$1,9 billones, anunciado la semana pasada, para darle un soporte al sistema hospitalario que está al punto del colapso por la aparición de nuevas variantes del virus como la británica, cuyo índice de contagio es 70% y mortalidad es 30% más que el original salido de Wuhan, en China. Entonces, Biden ya está aplicando una estrategia nacional para cercar el virus y no se siga propagando. Y lo hace, además, al ratificar y restablecer lazos con actores fundamentales para hacerle frente a la crisis sanitaria: mantuvo al gran epidemiólogo Anthony Fauci y volverá la cooperación con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La situación económica es lo siguiente a tratar. Se estima que la recesión desatada por el virus provocó que unos 16 millones estén recibiendo ahora algún tipo de prestación por desempleo y se estima que 29 millones no tienen suficiente para comer. Para afrontar estos problemas, Biden utilizará de los US$1,9 billones para generar cien mil nuevos empleos y ayudará con cheques a las familias con el fin de que tengan asistencia alimentaria.
Esto resulta importante por dos motivos: la primera es que se podrán crear pequeñas y medianas empresas que permitan reintegrar a los que perdieron su trabajo el año pasado y lo segundo es que los hogares tendrán un respaldo gubernamental que les sea útil ante la falta de recursos financieros. Ahora bien, si bien los primeros puntos –creación de empleo y subsidio a las familias vulnerables- son de carácter social, la otra cara de la moneda será lo referente al aumento del salario mínimo y de los impuestos. Ambas propuestas podrían desatar la primera controversia con los republicanos. Bien se sabe que el partido del expresidente Donald Trump redujo las tasas máximas de 35% a 21% con el fin de fidelizar al gran empresariado a su favor. Pero, a fin de cuentas, lo que se busca es dinamizar la economía para que se siga la ruta de la recuperación financiera.
Biden también tendrá el desafío de unir a la sociedad norteamericana. Si vemos que Estados Unidos es, actualmente, un país violento se debe a la intensa ofensiva de Trump de condenar con mensajes racistas y xenófobos a las comunidades inmigrantes y afroamericanas durante sus cuatro años de mandato. La medida anunciada por el presidente Biden de otorgarle la ciudadanía a 11 millones de indocumentados es buena porque permite que esta gran masa de gente pueda ser legal en Estados Unidos, donde trabajarán sin restricciones y, a la vez, pagarán impuestos al fisco que, finalmente, beneficia a la economía del país. Sin embargo, se debe tomar en cuenta que el 2010, el Congreso debatió la Dream Act, que habría otorgado estatus legal a las personas que ingresaron ilegalmente al país cuando eran niños, pero el Senado bloqueó la propuesta. Si Biden logra aprobar su propuesta que, ciertamente, apunta a abordar el problema de la inmigración, se le daría un golpe a los movimientos supremacistas blancos y extremistas como los son Proud Boys y QAnon que ya buscan un nuevo líder político dado que abandonaron a Trump. Otra propuesta que debería considerar el presidente es regular el libertinaje para la compra y posesión de armas que prevalece en la mayor parte de los estados del país que está dividido.
La consultora Eurasia Group ya había hecho referencia al escenario que se le vendría a Biden. «Mientras una parte significativa de los votantes de Trump le sigan siendo leales, él proyectará una larga sombra, impulsando a los líderes republicanos a apoyarle para evitar perder el respaldo de sus bases. Para ellos, Biden será #Noesmipresidente y lo considerarán ilegítimo», apunta en su análisis.
Estos puntos, a nivel de política interna, se cumplirán en la medida que el demócrata tenga un grupo de colaboradores y un soporte político en el Congreso que le permita sacar adelante sus planes. Ambos puntos los tiene. Biden ha logrado perfilar un gabinete que ha sido considerado el más diverso en la historia norteamericana.
Razones sobran: incluyó a varias mujeres y latinos en las secretarias de diferentes carteras. Podemos mencionar algunos ejemplos: la congresista Deb Haaland, quien es nativa norteamericana, será secretaria de Interior, y Alejandro Mayorkas, de origen cubano, ocupará Seguridad Nacional. La movida de Biden resulta significativa porque trata de mostrar que su Administración no tendrá ningún tipo político y social, algo muy contrario a la de su antecesor Trump. La inclusión y la paridad será ley en sus cuatro años de gestión.
Además, Biden contará con el respaldo a medias del Congreso. La Cámara de Representantes sigue en manos de los demócratas. La novedad estuvo en el Senado, donde recuperaron el control tras seis años de dominio republicano. No cabe duda que las iniciativas que envié el presidente a la Cámara baja serán aprobadas porque tienen los suficientes votos. El problema, sin embargo, radicará en la Cámara alta donde tanto demócratas como republicanos deberán hilar fino a la hora de negociar para no crear conflictos que agudicen la polarización política en el país.
Si se toma en cuenta que el próximo año habrá elecciones para renovar el Senado, me temo que los republicanos tendrán un ánimo colaborativo en estos primeros meses con Biden. El objetivo inmediato para ellos es recuperar el liderazgo de la Cámara y así construir la candidatura de otro político que no sea Donald Trump, quien puede poner en peligro la supervivencia institucional del partido. Pero si fuera lo contrario, Biden debe usar los poderes unilaterales tradicionales que le brinda la Constitución si en caso los proyectos ambiciosos de su agenda sean bloqueadas.
La próxima semana continúo con lo que debería ser la relación de Biden con América Latina, Europa y sus conflictos políticos con otras potencias mundiales.
@RodrigoCT_94