Franck Fernández

Así Me lo Contaron…

Opinion

Colaboración: Franck Fernández Estrada
Traductor, intérprete y filólogo
correo electrónico: altus@sureste.com

Girolamo Savonarola

Siempre se ha dicho que no se debe discutir de política ni de religión. Hoy es precisamente un tema relacionado con religión el que quiero tratar, pero religión en una forma muy específica de entender: el integrismo. En los últimos años hemos sabido de horribles atentados que fanáticos integristas realizan contra inocentes por el solo hecho de pensar de una forma diferente. Con frecuencia señalamos con el dedo índice a los musulmanes integristas, pero en el pasado también hemos tenido integristas católicos. Uno que pasó a la historia como loco, como precursor de la reforma, como demagogo, como fanático, como iluminado, como predicador es nuestro personaje de hoy: Girolamo o Jerónimo, como se dice en español, Savonarola.

Nació en la ciudad de Ferrara, que entonces era un ducado bajo el poder de la muy poderosa familia de Este. Su nacimiento fue en 1452 en una familia acomodada. Su abuelo era un médico extremadamente católico, fue él quien le inculcó a Girolamo cuando era niño su amor y respeto por la religión. Sus padres lo tenían destinado a ser médico. Él huyó de la casa familiar para irse a Bolonia, donde ingresó en el convento de San Dominico, de la congregación de los dominicos, conocidos por sus votos de pobreza y humildad. Se dedicó a estudiar los escritos de San Agustín, de Santo Tomás de Aquino, también dominico, y la Biblia en sí. Tenía un fuerte resentimiento contra la sociedad porque la mujer a la que amaba era de la importante familia Strozzi. Los padres de su amada prohibieron el matrimonio considerando la diferencia social entre ambos.

También se sentía molesto por la vida licenciosa y disoluta que llevaban los papas, primero Inocencio VIII y con posterioridad Alejandro VI. Savonarola consideraba que la Iglesia de su época nada tenía que ver con las enseñanzas de Jesús. Muchos estudiosos e historiadores ven en Savonarola un precursor de la reforma que pocas décadas más tarde dividiría Europa. Sin embargo, es necesario reconocer que Savonarola no estaba en contra de la institución papal en sí sino en contra de estos papas en lo personal.

Savonarola padecía epilepsia. También entraba en profundos trances y alegaba que en estos momentos conversaba con el Señor y pretendiendo ser su voz. Anunció el inminente acontecimiento de una gran catástrofe en la ciudad donde se había establecido, la floreciente, rica, elegante y culta Florencia. Esta predicción se hizo patente con la entrada del rey Carlos VIII de Francia, que hizo que los Medici, familia que de facto gobernaba esta república, tuviera que abandonarla. Cuando los tropas francesas salieron de la ciudad camino a Roma, Savonarola gobernó durante poco más de 4 años la ciudad de Florencia.

Su intención era primero establecer su forma de gobierno en Florencia y después en el resto de los estados independientes que formaban en aquella época lo que hoy en día conocemos como Italia. La creación de una república católica, como existe hoy  día una república musulmana, es decir dirigida, por religiosos.

Savonarola era del criterio que la vida de fasto y licenciosa que se llevaba en Florencia la convertía en una nueva Sodoma. Durante sus prédicas, gracias a una muy viva elocuencia, convencía a multitudes. Durante el periodo en que duró su gobierno, logró prohibir que las mujeres participan en actos públicos, las joyas, los maquillajes, la homosexualidad, el adulterio, los peines, el alcohol, los juegos de azar y de toda índole, los espejos, la música que no fuera sacra, ningún tipo de actividad pagana como los carnavales, prohibió vestirse con ropas llamativas, ajustadas, lujosas y de vivos colores, prohibió las fiestas…

Paralelamente creó un ejército de niños y jóvenes que eran los que tenían la responsabilidad de imponer en las calles los dictámenes de Savonarola. Iban vestidos con capuchas blancas. Infringían fuertes multas, azotes o incluso la muerte a los que nos respetaran los preceptos de Savonarola. En un inicio los artesanos y comerciantes de la ciudad lo siguieron, pero por lo restrictivo de sus preceptos fue perdiendo adeptos.

En las calles se instauró un régimen de terror. Las familias no se atrevían salir a las calles si no era por una situación de necesidad. Como si todo esto no fuera poco creó las Hogueras de las vanidades, en las que se quemaba todo objeto considerado pecaminoso. El propio Sandro Botticelli voluntariamente quemó alguno de sus cuadros. A estas hogueras venían a parar libros, cuadros, obras de arte, ropa fina, maquillajes, peines y espejos.

Savonarola realmente se creía un elegido de Dios. En una de sus prédicas dijo que no le temía al fuego. Fueron los franciscanos del convento de la Santa Cruz sus principales opositores, en particular el monje Francesco de la Curia fue la punta de lanza de esta oposición. De la Curia lo retó públicamente a montar dos hogueras en la Plaza del Duomo para inmolarse ambos por el fuego y que Dios le perdonara la vida a aquel que llevara razón. De la Curia se presentó a la cita ante las hogueras, pero no Savonarola, alegando que esperaba una señal del cielo. Al no presentarse Savonarola perdió mucho prestigio ante los florentinos.

El golpe de gracias se lo dio el papa Alejandro VI, cuando amenazó con impedir el comercio exterior a la República de Florencia. Fue en este momento que los comerciantes y artesanos de la ciudad entendieron que no era útil seguir a este iluminado. Consciente del descontento latente que existía en Florencia contra el iluminado, Alejandro VI mandó a su hijo, César Borgia, a invadir la ciudad. Savonarola fue apresado y confesó después de 44 días de tortura que había inventado sus visiones y profecías. Todo su cuerpo fue maltratado con la tortura salvo su mano derecha con la que debía firmar su confesión. Llegó el momento en que no pudo soportar más las torturas y firmó la confesión, aunque más adelante se retractó.

Todos aquellos que le habían seguido lo abandonaron salvo dos de sus más allegados acólitos. Los tres fueron primero ahorcados y después quemados hasta obtener ceniza de sus cuerpos. Para que no pudieran conservarse reliquias, estas cenizas fueron dispersadas en el río Arno. La Iglesia logró acabar con el régimen que había creado Savonarola en Florencia, pero no sacó enseñanza de lo ocurrido. Solamente 21 años más tarde después de la muerte Savonarola, Lutero colgaba en la puerta de su iglesia de Wittemberg sus conocidas 95 tesis con lo que daría comienzo al movimiento de la reforma.

(*)Traductor, intérprete y filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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