Siembra de la milpa: Mujeres ayuujk de Oaxaca preservan el ritual con una ofrenda a la Madre Tierra

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San Pedro y San Pablo Ayutla, Oaxaca.— La siembra de la milpa en El Portillo Matagallina, ranchería de Ayutla, es un proceso que refleja la unión de esta comunidad y su herencia cultural. Es un momento en el que las familias se unen, las amistades se fortalecen y los conocimientos se comparten. Todo esto envuelto en un contexto donde se comparte comida y bebida, preparada específicamente para este día.

En esta comunidad ayuujk, ubicada en la región de la Sierra Norte de Oaxaca, el sistema milpa (maíz, frijol, chile) es la base del trabajo del campo, por lo que la siembra se convierte en un momento de suma importancia en el calendario ritual.

Con antelación, la familia dueña del terreno o parcela a sembrar invita a amistades y familiares para que los acompañen el día de siembra.

En el pasado, esta invitación se hacía llevando una cajetilla de cigarros, y quien aceptaba ir a sembrar tomaba un cigarro y era un compromiso irrompible. Hoy en día lo más común es hacer una invitación verbal, pero el compromiso es igual de fuerte.

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Este día quien hizo la invitación para la siembra fue Alma Delia Ruiz Mendoza, una ingeniera agrónoma con una maestría en desarrollo rural que se ha encargado de visibilizar la importancia del sistema milpa para la vida de las comunidades ayuujk.

Para sembrar su pequeña parcela invitó a Celia Martínez, amiga y experta agricultora, y a sus tías Caro y Tina. A su vez, Celia acudió al llamado acompañada de su hija Gina Xóchitl, y fue así como poco a poco se reunieron ocho mujeres para cumplir con este proceso.

El día de siembra comienza a las cuatro de la mañana. La familia se junta y la jornada arranca con una ofrenda a lo sagrado: rezan a la madre tierra, ofrendan tamales, gallinas y tepache, “para que la madre tierra, el viento, los cerros y lo que mueve el aire, nos escuchen, nos vean; para que cuando nosotros sembremos, llueva”, dice Celia.

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Quienes aceptaron ayudar en la siembra llegan a la casa anfitriona, desayunan, recogen las semillas y comienzan su labor en el campo.

Al terminar la ofrenda comienza el trabajo en la cocina. El plato protagonista del desayuno es el amarillo de frijol, hecho con leguminosas cultivadas en la parcela y que lleva hojas de aguacatillo, cilantro, ajillo y un poco de masa de maíz, que le otorga un ligero espesor. El platillo se sirve a las siete de la mañana, acompañado de café, pan, tortillas, chintextle y un poquito de mezcal.

Para la parcela de Alma Delia, por ejemplo, se han seleccionado las mejores semillas de su cosecha anterior, mismas que se depositarán, cada una, en pequeños hoyos que se realizan en la tierra con un palo de madera.

Cada uno de esos huecos se llena con una semilla de maíz, una de calabaza y una de frijol. Luego, se les cubre de tierra con la esperanza de que nazcan y generen vida.

Alma Delia explica que las pequeñas extensiones de tierra que se siembran con este método no generan un bien económico; sin embargo, hay una multitud de razones para continuar haciéndolo, por ejemplo, el autoconsumo o la conservación de la variedad de las especies de maíz nativo.

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Recuerda, por ejemplo, que en la región hay algunas que se siembran porque su hoja es usada para la elaboración de tamales.

Celia, por su parte, dice que lo más importante es que se llena de orgullo al cultivar la tierra: “La madre tierra nos da todo, nos mantiene, lo solventa todo; muchos dicen: ‘Es mucha inversión y se gana poco’, eso es verdad, pero el orgullo está aquí. Nosotros, cuando tenemos nuestro granito lo conservamos mucho, ahí está guardadito. Cuando falta, ahí es que regresamos, ese es nuestro tesoro y ese es el orgullo por trabajar el campo, por eso he compartido esta tradición con mis hijas”.

De acuerdo con la Comisión Nacional para el Conocimiento y el Uso de la Biodiversidad (Conabio), el sistema milpa es un método agrícola tradicional, conformado por un policultivo, que constituye “un espacio dinámico de recursos genéticos”. Su especie principal es el maíz, acompañado de frijol, calabazas, chiles, tomates.

Esta interacción de especies convierte a la milpa en un ecosistema, en el que se aprovechan de manera eficiente los diferentes recursos (agua, luz, suelo), brindando beneficios a las comunidades que la preservan.

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Tradición por generaciones

Xóchitl Martínez tiene 15 años. Suele acompañar a su madre Celia en el trabajo de campo y tiene interés en preservar la siembra de la milpa, las tradiciones y conocimientos que ha aprendido acompañando a su madre y otras mujeres.

“Cada vez que acompaño a mi mamá aprendo cosas nuevas de ella y de las personas. Me gusta aprender, me gusta estar en el campo, a veces no tengo tiempo, pero siempre hago lo posible por ayudar”, comenta.

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Pero el caso de Xóchitl no es la generalidad en las comunidades cercanas. El cultivo de la milpa es cada vez menor con el paso de los años, en gran medida por el desinterés de las personas jóvenes.

Esto pone en riesgo, además de a la milpa, a todas las tradiciones y manifestaciones culturales vinculadas a la siembra y la cosecha.

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“Es algo que se está perdiendo, principalmente por la educación de ahora, que es estudiar para tener dinero, carreras que no tiene relación con el campo, porque siempre se relaciona con la pobreza”, dice Alma Delia.

Mientras tanto, en la cocina el movimiento no para. La masa de maíz se envuelve con delicadeza en hojas para convertirse en tamales; las ollas hierven y en su interior las gallinas y los condimentos se cuecen.


Enseñanzas

Es mediodía. Alma utiliza un molino de mano para triturar maíz, y pide ayuda a su madre para determinar el punto exacto. Sirve una jarra grande de tepache dulce y sale al campo.

Al llegar a la parcela, todas las mujeres hacen una pausa en la siembra y se sientan bajo la sombra de un árbol. Alma lleva en una mano el tepache y en la otra el maíz triturado, lo sirve en tazones de barro; Celia comparte un poco con la madre tierra, reza en ayuujk y brinda con todas las personas presentes en este ritual.

La semilla está en la tierra. Celia, Alma, y todas las participantes celebran, es un momento de alegría, se miran, platican, bromean, se sonríen, recogen las herramientas y caminan a casa de Alma.

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En la cocina todo está listo: los tamales se cocieron y el caldo mixe está en su punto, han preparado todo con meticulosidad, es una comida especial para cerrar el día, es la tradición.

Alma reconoce que mantener la tradición viva requiere de un gran nivel de responsabilidad. La comida, las invitadas, la reciprocidad del trabajo.

Dice que le llevó tiempo comprender la importancia de la tradición, pues su formación técnica contrastaba con la cosmovisión de su comunidad.

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“Cuando yo empecé a sembrar, todavía no se me quitaba esa parte técnica para producir más. No entendía la parte de religiosidad de la gente, hasta hace poco mi mamá me decía: ‘Te hace falta hacer la parte más importante’, yo no hacía todo esto, pero vas entendiendo”, cuenta.

Celia por su parte ve la tradición amenazada, pues muchos se burlan de quienes la mantienen y la vergüenza hace que no quieran continuarla.


El día de siembra ha terminado, culmina con la comida compartida, las anécdotas, los consejos. Y las semillas.

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